Discurso de
Juan Pablo II
a los participantes en el Capítulo General
de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos
Lunes, 5 de julio de 1982
¡Queridos hermanos!
1. Me alegro de encontrarme hoy con vosotros, que, como Padres Capitulares, no solo representáis a todos los Capuchinos esparcidos por el mundo, sino que estáis repensando responsablemente vuestras Constituciones. Esto sucede en el año del octavo centenario del nacimiento de san Francisco, de quien sois discípulos y al que cordialmente os encomiendo.
Esta circunstancia, por tanto, añade un ulterior motivo de actualidad e interés a nuestro encuentro, mientras os agradezco vivamente por haberlo deseado.
2. En el decreto Perfectae Caritatis del Concilio Ecuménico Vaticano II está escrito que “la adecuada adaptación y renovación de la vida religiosa comprende a la vez el continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana y a la inspiración originaria de los Institutos, y la acomodación de los mismos, a las cambiadas condiciones de los tiempos” (PC 2). De estas dos exigencias fundamentales -vuelta a las fuentes y adaptación a los tiempos-, en los años inmediatamente después del Concilio, se ha acentuado sobre todo, y por motivos comprensibles, el segundo aspecto, esto es, la adaptación a lo que el mismo texto conciliar llama “las necesidades del apostolado, las exigencias de la cultura ya las circunstancias sociales y económicas” (PC 3). En esta línea también vosotros Capuchinos habéis revisado, en diversas ocasiones, vuestras Constituciones y vuestra vida para mejorar su respuesta a las exigencias de los tiempos y a los principios elaborados por la Iglesia en el Con cilio Vaticano II.
Sin embargo, ahora, concluido en sus aspectos esenciales este esfuerzo de renovación, también vosotros -como, por lo demás, otros muchos Institutos en la Iglesia- habéis experimentado la necesidad de volveros con renovado compromiso a la otra exigencia primera que el texto conciliar llama “el contino retorno a las fuentes”. Esto no para renegar o dejar de lado las legítimas adaptaciones y los nuevos valores descubiertos y experimentados en estos años, sino sobre todo para vivificarlos, injertándolos en el tronco vivo de la tradición, de la cual vuestra Orden extrae su fisonomía y su fuerza. Precisamente para favorecer tal equilibrio entre las dos exigencias, en vuestro Capítulo General presente, después de haber elegido los nuevos Superiores, habéis querido revisar las Constituciones, para darles, concluido ya el período de experimentación, la estructura que -después de la aprobación de la Sede Apostólica- deberá ser definitiva y permitir a vuestro Instituto emprender, con renovado impulso y sin incertidumbres de ningún tipo, un nuevo tramo de su camino en el servicio de la Iglesia y del mundo.
3. Vuestra “inspiración primitiva”, la habéis redescubierto reflexionando, con una sensibilidad nueva, sobre el mismo nombre heredado de vuestro padre san Francisco, es decir, “Hermanos Menores”. En tal nombre, en efecto, el Santo ha resumido lo que ya estaba en el corazón del Evangelio: la “fraternidad” y la “minoridad”, el amarse como hermanos y el escoger para sí el último puesto, según el ejemplo de Cristo que no vino “a ser servido, sino a servir” (Mt 20,28). Aquí nos es dado ver cómo el retorno a las fuentes es, a menudo, el mejor camino también para la adaptación a las esperanzas y a los signos de los tiempos. Una vida verdaderamente fraterna, guiada por la simplicidad y caridad evangélica, abierta al sentido de la fraternidad universal de todos los hombres y también de todas las criaturas, y en la que a cada persona -pequeña o grande, culta o inculta- se le reconoce igual dignidad y atención, es, en efecto, el testimonio quizá más actual y más urgente que se puede dar de la novedad cristiana, en una sociedad tan marcada por la desigualdad y el espíritu de predominio, como la nuestra.
Estos dos rasgos fundamentales de vuestra identidad franciscana -fraternidad y minoridad- os habéis esforzado en volverlos a proponer a las nuevas generaciones, a la luz de la tradición capuchina, que les confiere una nota inconfundible de espontaneidad y simplicidad, de alegría y, al mismo tiempo, de austeridad, de separación radical del mundo y, al mismo tiempo, de una gran cercanía al pueblo, que ha hecho tan eficaz e incisiva la presencia de los Capuchinos en medio de las poblaciones cristianas y en las misiones y ha producido una nutrida multitud de santos, entre los cuales a san Crispín de Viterbo he tenido la alegría de inscribirlo yo mismo, hace unos pocos días, en el registro de la santidad heroica de la Iglesia.
4. Hablando de aquella primera instancia de renovación que es el retorno a las fuentes, el decreto Perfectae Caritatis destaca que no se trata solo de un retorno a la “primigenia inspiración” del propio Instituto, sino también necesariamente un “continuo retorno a las fuentes de toda vida cristiana”, es decir, a Jesucristo, a su Evangelio y a su Espíritu. Es este el sentido de las palabras con las que se exhorta a todos los religiosos de la Iglesia, pertenecientes a cualquier Instituto, a considerar como regla suprema el seguimiento de Cristo, a elegirle a él como la única cosa necesaria (cfr. Lc 10,42), a vivir, en definitiva, para Dios solo (cfr. PC 5). Conscientes de esto, vosotros habéis reafirmado justamente, en todos los modos, el primer puesto que debe ocupar en vuestra vida, tanto personal como comunitaria, la oración y, en particular, según vuestra tradición más genuina, la oración contemplativa. De todas las “raíces”, ella es, en efecto, la “raíz-madre”, la que sumerge al ser humano en Dios mismo, la que mantiene el sarmiento unido a la vid (cfr. Jn 15,4) y asegura al religioso aquel contacto constante con Cristo, sin el cual -como afirma él mismo- no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5) y con su Espíritu de Santidad y de gracia.
5. El octavo centenario del nacimiento de vuestro fundador Francisco de Asís, con el eco extraordinario que ha suscitado, ha mostrado qué sensible es aún el mundo de hoy a la llamada del Poverello, qué necesidad y, por decirlo de algún modo, nostalgia de él tiene. Depende de vosotros, de un modo muy particular, mantener siempre viva en el mundo esta esperanza y, de este modo, hacerla cada vez más visible y reconocible. Esto sucederá, en lo que concierne a vuestro Instituto, si, después de haber renovado y perfeccionado con tanto empeño y seriedad vuestras Constituciones, cada uno de vosotros y de vuestros hermanos se siente empujado a ponerlas en práctica, recordando aquella palabra de Cristo a sus discípulos: “Sabiendo estas cosas, seréis bienaventurados si las ponéis en práctica” (Jn 13,7).
Efectivamente parece que ha llegado para los Institutos Religiosos el tiempo de pasar decididamente de la fase de discusión en torno a la propia legislación a la de actuación práctica de los valores ciertos y fundamentales, de la preocupación de la letra a la del espíritu, de las palabras a la vida, y esto para no caer en aquel peligro de ilusión que el mismo san Francisco denuncia, en una de sus Admoniciones, cuando escribe que “son matados por la letra aquellos religiosos que no quieren seguir el espíritu de la divina Escritura, sino desean saber solo palabras y explicarlas a los otros” (Adm 7: FF 156).
La debida veracidad y sinceridad ante Dios exigen de un Instituto una renovada voluntad de conversión y de fidelidad a la propia vocación, de modo que sea siempre auténtica, en cuanto lo permita la humana fragilidad, la imagen que de sí mismo presenta a la Iglesia y a los hermanos a través de las propias Constituciones.
6. Hermanos e hijos queridos, acoged estas palabras como signo de mi estima hacia vosotros. Al mismo tiempo, estad seguros de que tenéis un puesto particular en mi oración. Os encomiendo al Señor: a vosotros y a toda la benemérita Familia de los Hermanos Menores Capuchinos. La santa Iglesia y el mundo mismo, que se han beneficiado mucho en el pasado de vuestro celo, esperan aún de vosotros una aportación generosa e inteligente de luminoso testimonio evangélico.
El Señor os colme de sus gracias; y en el espíritu de san Francisco caminad seguros y alegres.
Os acompañe siempre mi bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros, Padres Capitulares, con especial pensamiento en vuestro nuevo Ministro General, y que extiendo a todos los amados miembros de vuestra Orden.
Traducido del italiano por el Hno. Jesús González Castañón, OFMCap